La Sexualidad y la Creación

La Biblia comienza su discusión de la sexualidad humana en el libro del Génesis con el relato de la Creación. Jesús mismo arraigó su enseñanza sobre el matrimonio y el divorcio en Génesis 2, citando el relato de la creación como autoritario y obligatorio para siempre (Mateo 19:4-6; Marcos 10:6-9).

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El apóstol Pablo razonó de igual manera, basando sus exhortaciones sobre el matrimonio cristiano en el lenguaje específico de Génesis 2:24 (Efesios 5:31). En Génesis 1-2 la sexualidad ocupa un lugar destacado en un discurso más amplio en cuanto a la intención original de Dios para la humanidad—la corona de su creación. Dios, se nos dice, creó a los seres humanos “varón y mujer”, lo que indica que las diferencias de género son parte del mismo orden creado, no meros artefactos culturalmente condicionados.

El género suple, entonces, un componente importante de lo que significa ser humano. Además, las distinciones de género resultan esenciales para el cumplimiento de los propósitos de Dios para la humanidad. De hecho, el cumplimiento del mandato inicial de Dios requiere que la humanidad sea compuesta tanto de hombres como de mujeres. Leemos en Génesis 1:28: “Y los bendijo con estas palabras: ‘Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla’”.

La obediencia a este mandato divino original sería imposible si Dios no hubiera creado y bendecido distinciones innatas de género. Género permite la maravillosa mezcla de semejanza y diferencia que hace posible la intimidad sexual y la procreación. El género y el sexo son dos dones divinos, parte de una creación terminada que Dios declaró “muy bueno” (Génesis 1:31). Sin importar cuan desconcertante y problemática la sexualidad humana puede haberse convertido—especialmente en nuestros días—Dios no quiso que sea de esta manera.

La sexualidad es una bendición divina. Dios creó a los seres humanos aptos no sólo para intimidad espiritual con Él, sino también para una intimidad muy rica dentro del matrimonio. Leemos en Génesis 2:24: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (Génesis 2:24). Esta misma verdad encontramos subrayada en el Nuevo Testamento (Mateo 19:4-6; Efesios 5:31). El relato de la creación sienta las bases para una teología coherente e integral de la sexualidad que se desarrollará a lo largo del resto de las sagradas Escrituras.

Podemos resumir brevemente la posición bíblica: La sexualidad humana es un don divino, por el cual los seres humanos, creados como hombres y mujeres, pueden experimentar en el matrimonio una unión profunda y multifacética—una unión que es física, intelectual, emocional y espiritual—y cumplir el mandato divino de “ser fructíferos y multiplicarse” (Génesis 1:28). Sin embargo, antes de concluir este resumen de la sexualidad y la creación, hay que añadir una observación importante: si bien es cierto que la Biblia celebra constantemente el don del matrimonio (Génesis 2:18; 2:24; Proverbios 18:22; 19:14; 1 Corintios 7:2; Hebreos 13:4), también celebra el don del celibato (Mateo 19:10-12; 1 Corintios 7:25-38). Ambos son bendiciones divinas.
Ambos proporcionan un contexto para el florecimiento humano.

La Sexualidad y la Caída

El orden inicial creado por Dios era, en efecto, “muy bueno” (Génesis 1:31), pero la Caída cambió todo. Se interrumpió, en primer lugar, la intimidad espiritual que Dios quiso que los seres humanos disfrutasen con Él.

También se interrumpió la intimidad que Dios nos destina a disfrutar dentro del matrimonio, incluida su dimensión sexual. Desde la Caída nuestra sexualidad está rota. Ningún aspecto de la naturaleza humana o de la experiencia humana escapa la corrupción de la Caída. Cuando la naturaleza humana cayó, la sexualidad humana cayó con ella. Por lo tanto, no es sorprendente encontrar tantos trastornos sexuales en el mundo. El diseño original de Dios para el sexo—que florezca en el contexto de un matrimonio entre un hombre y una mujer—se ha frustrado en innumerables maneras.

El sexo pre-matrimonial, la cohabitación sin matrimonio, el adulterio, la pornografía, y diversas formas de abuso sexual son muy comunes en la cultura contemporánea. Lamentablemente, somos testigos de estos trastornos, aun en la iglesia. En raras ocasiones, algunos pastores han sucumbido a la inmoralidad sexual.

El abuso sexual perpetrado por miembros del clero es uno de los signos más notorios de cuan profundo y extenso es el pecado humano. La sexualidad desordenada no es un problema exclusivamente contemporáneo. También fue una situación desastrosa en el mundo bíblico (Éxodo 20:14; 22:19; Levítico 18; 20:10-21; Deuteronomio 22:13-30; 23:17-18; Mateo 5:27-30; Marcos 7:21-23; Juan 7:53-8:11; Hechos 15:20; 15:19-20; Romans 13:13; 1 Corintios 5:11; 6:13, 18; 10: 8; 2 Corintios 12:21; Gálatas 5:19; Efesios 5:3; Colosenses 3:5-6; 1 Tesalonicenses 4:3-5; Apocalipsis 2:20).

Otros textos catalogan las consecuencias atroces de la sexualidad desordenada (Génesis 19:1-29, 30-38; Números 25; 2 Sam 11-12; 13; 1 Reyes 11; Proverbios 2:16-19; Proverbios 6:30-35). Casi desde el principio de la historia humana, el don de la sexualidad—un regalo que Dios nos dio para nuestro bien—ha sido mal utilizado por nosotros en nuestro propio prejuicio. Algunos de los héroes más ilustres del Antiguo Testamento—Abraham, Isaac, Jacob, David y Salomón— practicaron la poligamia, a pesar de que Dios quiso que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer.

El mismo David fue un adúltero. En fin, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, el deseo sexual desordenado en sus múltiples manifestaciones amenazó con destruir la espiritualidad bíblica. Así que, no debemos pensar que el actual caos sexual es algo nuevo, ni que la confusión sexual es un problema único. Son pruebas de la condición humana caída. La sexualidad desordenada es un problema de creyentes y de no creyentes. Es un problema de hombres y de mujeres. Es un problema de aquellos que se sienten atraídos a personas del otro género y de los que se sienten atraídos a personas de su mismo género.

Es evidente que la sexualidad desordenada es un problema humano universal. Pero actualmente nos encontramos en una encrucijada cultural. Dos expresiones particulares de trastorno sexual han llegado a ocupar un lugar central en el debate contemporáneo sobre la sexualidad humana, a saber, la homosexualidad y la transexualidad.

Estos trastornos siempre han sido parte de la condición humana caída, pero el clamor generalizado para su aceptación como un estilo de vida moralmente apropiado no tiene precedentes. Incumbe a la iglesia, entonces, pensar en estos trastornos—y en aquellos que luchan con ellos—en la manera más profunda, bíblica y compasiva que sea posible.

La Homosexualidad

La homosexualidad se ha convertido en un tema muy controvertido en los últimos años. Asuntos de gran importancia dependen de este debate, incluyendo la naturaleza de la sexualidad humana y la naturaleza de la autoridad bíblica.

Así que, debemos pensar profundamente y hablar con claridad sobre el asunto. Sin embargo, estamos llamados como cristianos a hablar la verdad en amor (Efesios 4:15). Eso nos obliga a navegar con cuidado el estrecho espacio entre dos errores diferentes. Por un lado, no podemos aceptar el creciente consenso cultural respecto a la homosexualidad. Más y más personas aceptan la conducta homosexual como una elección personal válida, exento de cualquier tipo de censura moral.

El matrimonio homosexual se está haciendo algo común. Cada vez más, una objeción a la práctica homosexual—no importa que se expresa con amor—se califica como odiosa y “homofóbica”. No podemos simplemente ajustar nuestra teología para acomodar el clima moral cambiante. No debemos cambiar la verdad de la Palabra de Dios por la “sabiduría” cultural.

Por otro lado, no hay que exagerar. No podemos señalar la práctica homosexual como si se tratara del único objeto de denuncia divina. Es cierto que las Escrituras indican claramente que Dios desaprueba la conducta homosexual (Génesis 19:1-22; Jueces 19:1-21; Levítico 18:22; 20:13; Romanos 1:24-28; 1 Corintios 6:9-10; 1 Timoteo 1:10). Pero las Escrituras son igualmente claras en cuanto a la desaprobación divina de la inmoralidad heterosexual. (Ver las Escrituras citadas previamente.)

Toda clase de inmoralidad sexual contradice la clara enseñanza bíblica, distorsiona el don divino de la sexualidad, y se encuentra bajo el justo juicio de un Dios santo. Las Escrituras nos advierten: “Huid de la inmoralidad sexual” (1 Corintios 6:18), de cualquier forma que esa inmoralidad pueda tomar. Estamos en medio de un debate cultural sobre la práctica homosexual, y al mismo tiempo nos encontramos debatiendo la orientación sexual en sí. Algunos ven la orientación sexual como un asunto de determinismo biológico. Ellos dicen que las personas son propensas a sentirse atraídas sexualmente a gente del mismo género debido a la genética.

Otros piensan que la atracción sexual entre personas del mismo género está condicionada por experiencias sexuales iniciales. Y otros piensan que la atracción sexual entre personas del mismo género es totalmente voluntaria. En este punto, cristianos que reflexionan pueden tener más preguntas que respuestas. La sexualidad humana es un fenómeno extraordinariamente complejo con componentes biológicos, psicológicos, emocionales y espirituales. Tratar de explicar la atracción sexual entre personas del mismo género en una manera demasiada sencilla—como el producto de la mera naturaleza, como el resultado de meras experiencias, o simplemente como la consecuencia de un acto de la voluntad—no hace justicia a la complejidad de la sexualidad.

Pero sí sabemos esto: vivimos en un mundo caído en el cual mucho no está como debería estar. Calamidades, dolencias, la muerte—ninguna de ellas concuerda con la intención original de Dios. Son parte de una creación que está “esclavizada a la corrupción” (Romanos 8:21). Puesto que la creación entera está caída y desordenada, no es sorprendente que los deseos humanos se desordenan, ni que el deseo sexual—el cual fue diseñado para impulsarnos felizmente hacia la intimidad sexual y la procreación dentro del matrimonio—ha quedado torcido, doblado fuera de forma.

Algunas personas, por causas ajenas a su voluntad, se encuentran luchando con atracción sexual por personas del mismo sexo. Esto concuerda con lo que sabemos acerca del mundo caído y de nuestra propia corrupción. La creación está rota, a la espera de ser restaurada. Todavía estamos esperando que Jesús haga “nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21: 5).

No obstante, no es necesario comprender plenamente los orígenes de una atracción homosexual para insistir que Dios no sólo demanda sino también hace posible la obediencia a sus mandamientos. La Biblia prohíbe claramente el sexo más allá de los límites del matrimonio heterosexual. Así que, aun si es cierto que la Biblia dice poco directamente sobre la orientación sexual, ese punto discutible no tiene mucha importancia. Lo que la Biblia prohíbe es la inmoralidad sexual. El problema moral es la conducta sexual, no la mera atracción sexual.

La Transexualidad

A pesar de que Dios creó originalmente dos sexos distintos y complementarios (Génesis 1:27; Mateo 19:4.)—una distinción que es evidente en la estructura fisiológica de la raza humana—uno de los efectos de la Caída es que algunas personas experimentan confusión de género. La percepción psicológica que estas personas tienen de su género difiere de su sexo biológico.

Esta situación es diferente a la rara condición de intersexualidad o hermafroditismo, condiciones en las que el sexo de una persona es biológicamente ambiguo—es decir, una persona posee características sexuales primarias de ambos sexos, tanto masculino como femenino. En el caso de la transexualidad, el sexo de una persona es claro biológicamente, pero no es claro psicológicamente. Es un asunto, no de la fisiología, sino de auto-percepción.

Recientemente, la comunidad médica estadounidense ha comenzado a proporcionar una gama de opciones de tratamiento para lo que técnicamente se denomina “disforia de género”, incluyendo la terapia hormonal y la cirugía de reasignación de género. Muchos defensores LGBT (Lesbianas/Gays/Bisexuales/Transexuales) están tratando de normalizar la transexualidad, insistiendo en el derecho de los individuos a definir su género, no en función de su estructura biológica, sino de acuerdo a su percepción de sí mismo.

Además, muchas escuelas públicas están animando a los padres y al personal docente a validar los sentimientos de los que tienen “disforia de género”. No obstante, cualquier entendimiento del género como algo auto-definido o auto-determinado está en fuerte oposición a la orden de la creación y la Palabra de Dios. Dios, en su sabiduría, hizo la humanidad “varón y mujer” (Génesis 1:27). Se debe valorar y afirmar esa orden y la participación de cada individuo en ella.

El género es un componente importante de la persona humana y no puede ser manipulado sin hacer que las personas sufren un daño incalculable. La manera adecuada en que roles de género deben ser comprendidos y expresados puede variar de una cultura a otra, pero los géneros en sí quedan arraigados en la Creación, no en la cultura.

Los géneros abarcan más que mera biología, pero no se los puede determinar aparte de ella. De hecho, es trágico que la Caída ha presentado anomalías biológicas, como la intersexualidad (hermafroditismo), en la experiencia humana. También es trágico que algunas personas sufren de confusión de identidad de género. Esperamos con anhelo por la liberación de la creación de su actual “esclavitud a la corrupción” (Romanos 8:21) y por la “redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23).

Si bien no podemos tolerar las acciones de aquellos que tratan de alterar química o quirúrgicamente su género biológico, debemos simpatizar con la profunda “disforia de género” que los dispone a hacerlo

Algunos de los que luchan con este problema son nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Debemos abrazarlos en los lazos de afecto y compañerismo cristiano, siguiendo el ejemplo de Jesús, de quien se dijo: “No acabará de romper la caña quebrada” (Isaías 42:3; Mateo 12:20). Como creyentes, estamos llamados a extender a nuestros vecinos amor y compasión. Estamos llamados a afirmar el valor de cada persona como un portador de la imagen de Dios. Estamos llamados a invitarlos a una relación salvadora con Jesucristo. Sin embargo, también insistimos en que los individuos no deben tratar de alterar su sexo biológico con el fin de alinearlo con la autopercepción de su género.


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